Es increíble cómo la vida va cambiando. Todo sigue su ritmo, todo evoluciona. Sentimientos se secan y otros se quedan.
Es cómo volver al lugar donde se sentaron juntos por última vez. Esta ocasión es por una cita casual con uno de tus amigos cercanos pero aún así te das cuenta que hay ciclos inconclusos. Tu cuerpo comienza a temblar, tus manos sudan, tu corazón palpita cada vez más y más rápido. La espera te desequilibra y no por el motivo de estar ahí por una cita casual. No.
Buscas con la mirada la esquina donde siempre asomaba su ser, mientras tu lo esperabas ahí sentada en el último lugar donde se sentaron juntos por última vez. Tú sabes que las cosas han cambiado. La última vez que sentiste estás ansias, eran acompañadas por mariposas en el estómago. Ahora sólo son éstas ansias y tus deseos de «verlo casualmente» sin que te vea. Esas ganas de cerrar el capítulo de su presencia en tu vida.
A más de un año sin verlo, el estar sentada en ese lugar de angustias es tu último paso para enterrar los recuerdos, en su mayoría nada buenos. Tú sabes que es algo que tienes que enfrentar y por eso te quedas. Ciertamente tu persona más cercana te lo ha dicho: «¿Por qué te privas de los lugares a los que te gustan ir sólo por la posibilidad de que podrías verlo?». Esas palabras hacen eco en tu cabeza porque sabes que son verdad. Es tiempo de sanar. Es tiempo de seguir, de evolucionar.
Y entonces... fijas tu mirada a esa esquina donde sabes que su ser siempre asoma. La adrenalina te hace pensar en todas las cosas que harías si él también te ve a ti: ¿Lo ignoro? Si me saluda, ¿lo saludo? Y pues claro. Tu madre siempre te ha enseñado a ser respetuosa. Esa misma mujer que cuando te vio llorar por todo lo que él te hizo, te dijo: «Sí un día lo llego a ver lo voy a mandar a la mierda por cobarde.» Tú sabes que ella sólo quería protegerte y sabes, que de verlo, probablemente lo haría. Sin embargo tu estas sola ahí sentada viendo a la esquina y su ser no asoma. Te compras un café y de sorbito en sorbito, la adrenalina va bajando.
Tú entiendes las posibilidades que existen de verlo o no, y estás consciente que te consideras lista para enfrentar el momento de verlo. Tú persona más cercana lo ha visto y te reprocha constantemente: «¿Qué diablos le viste?» Quieras o no tu mente quiere saber por que lo dice, pero no le preguntas, por que consideras que no te importa en sí, saber de él. Y así es. Tú no quieres saber de su vida, no te importa, sólo quieres cerrar ese ciclo de su presencia en tu vida. La gente no te entiende cuando lo explicas, y eso no te quita el sueño, no te importa ser entendida, suficiente con que tú sepas lo que necesitas para sanarte, aunque los demás no lo vean de esta manera.
Han pasado 26 minutos de espera y realmente a este punto, la adrenalina es casi imperceptible. Son casi las 3:00 pm y tu cita esta por llegar.
Es difícil cuando hay cosas que sólo tu sientes entender. El tiempo no siempre cura. La realidad es que tener la ventaja de no tener que verlo seguido, te da la sensación de que todo quedo en el olvido. Eso es lo que la gente dice y cree. Pero tu no te la crees. Tu si lo entiendes.
Tu café se acabó justo a tiempo cuando tu cita llegó. Es tan satisfactorio volverte a encontrar a viejos amigos. Le cuentas tu vida y él la suya. Cuántas cosas pasan en un año, y tú piensas cuánta razón tiene. La adrenalina se fue, tus manos ya no tiemblan. Han pasado las horas y ni siquiera has recordado volver a ver a la esquina en cuestión. Éstas ahí con alguien a quien quieres, hablando de la vida, la gente, las cosas ridículas y las no tan ridículas. Ríes y te sientes feliz, tranquila y en paz.
Tu cita acabó y el abrazo de despedida te une los pedacitos de tu alma. Te marchas y hasta entonces te das cuenta que su ser no asomó. Tus ansias se fueron y te sientes tan bien. Entre un juego entre la razón y el capricho siempre hay un sólo ganador y ahora lo sabes. No lo viste, nunca asomó pero no te importa ya. La vida es buena.
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